jueves, 31 de marzo de 2011

Estoy...

¿Hoy es el día? Sí, es hoy. Seguro que hoy. Tengo el calendario marcado y todo. Sí, es hoy. ¿Es hoy? Tiene que ser hoy, decime que es hoy. De hecho, ya tendría que haber estado aquí ayer... Hoy debería venir seguro. Hoy, sí: hoy 30. Estoy segurísima: hoy es treinta, hoy tiene que venir. ¿Por qué no viene? ¿Por qué CARAJO no viene? Carajo, mierda... ¡VENÍ! Maldito, maldito, maldito Andrés: pensar que te quiero más cuando no venís...




Gabriela B. intentando divertirse un poco con las cuestiones ansiosamente menstruales de la vida femenina, jo jo.

Estoy...

Él estaba cerca y dormía, todo un invierno de oso polar en sus pupilas. Su sueño me golpeaba con toda su belleza entre pulmón y espirna, ahí donde los poetas y biólogos dicen que tengo el corazón. Era demoledor, saber que esa criatura durmienta era la única que encendía esa vela palpitante y lúcida que me gorgotea en el seno. El amor me mordisqueó el vientre y supe, y supe, y supe. Mierda. Había vuelto a caer.


Gabriela B.

Tan-tan.

Hay algo extático en lo estático de ese codo inmutable, alto tan puramente lógico y barrial en el hecho de que él no levanete la coyuntura del brazo y antebrazo de la barra del tugurio turbio donde está anclado. Acoda y empina.
"El Fernet es privilegio de tarde de viernes," considera cuando la espuma, tan alta, tan sana, le empapa el motín enrevesado que tiene por bigote. Mejor. Hay una belleza exacta en sentir resabios de sabores viejos en el vello facial de uno.
Un tanguito destartalado chorrea de un estéreo viejo en ese antro de mala muerte que tiene el tupé de hacerse llamar "bar", en ese corazón borgiano y concéntrico que es Parque Chas. Ama su barrio. Debe ser por eso que los 24 años le afloran entre pecho y espalda con la cómoda certeza de que un lugar le pertenece a uno y uno le pertenece a un lugar.
Desbarranca, pues, con la tierna seguridad de su cama a cincuenta metros. El hielo le sabe en los oídosa una gloriosa novena sinfonía, mientras cruje orgásmicamente entre las paredes del vaso. Ficha a la potra de atrás de la barra, un experimento ludovico voluntario con esperanzas de sutileza.
No la tiene.
Pero nada de lo que hace la tiene: ni la manera en que lleva su precipicio de vaso a los labios, ni el modo en el que ese bendito codo sigue adherido a la barra.
Él sale, sí, y se reencuentra a sí mismo en esa manera feliz de suicidarse, sin más preocupación que la potra de la barra y el estado del Fernet. Sí.
Porque el Fernet es privilegio de tarde de viernes.


Gabriela B.
(sobre Diego, que me enteré después que se llamaba así :P)

¡¡¡¡¡¡¡¡EL PROFESOR SUGIERE LEER ESTE CUENTO!!!!!!!

Estaba su coche, y ninguno más, y Burt dio gracias por ello. Entró por el camino de acceso y se detuvo junto a la tarta que se le había caído la noche anterior. Seguía allí: el recipiente de aluminio volcado, el relleno de calabaza des­parramado por el pavimento. Era viernes, casi mediodía, el día siguiente a Navidad.
El día de Navidad había ido a visitar a su mujer y a sus hijos. Pero Vera le había dicho de antemano que tenía que marcharse antes de las seis de la tarde, porque su amigo iría con sus hijos a cenar con ella y los suyos. Se habían sentado en la sala y habían abierto con solemnidad los regalos que él les había llevado. Las luces del árbol de Navidad parpa­deaban en sus ramas. Había otros paquetes envueltos en papel brillante y atados con cintas y lazos al pie del árbol, a la espera de que fueran las seis. Burt miró cómo sus hijos, Terri y Jack, abrían sus regalos. Y esperó mientras los dedos de Vera deshacían cuidadosamente el lazo y despegaban el papel celo del suyo. Una vez abierto el envoltorio, Vera abrió la caja y sacó el suéter de cachemir beige.
—Es bonito —dijo—. Gracias, Burt.
—Pruébatelo —le dijo Terri a su madre.
—Póntelo, mamá —dijo Jack—. Muy bien, papá.
Burt miró a su hijo, agradecido por su apoyo. Podría pedirle a Jack que fuera a verlo en bicicleta alguna mañana, durante aquellas vacaciones, y saldrían a desayunar juntos;
Vera se probó el suéter. Entró en el dormitorio, y salió pasándose las manos por la parte delantera.
—Es bonito —dijo.
—Te sienta de maravilla —dijo Burt, y sintió que se le henchía el pecho.
Abrió sus regalos: el de Vera, un vale de veinte dólares para la boutique masculina Sondheim's; el de Terri, un pei­ne y un cepillo a juego; el de Jack, pañuelos, tres pares de calcetines y un bolígrafo. Él y Vera tomaron ron con Coca-Cola. Oscurecía fuera; eran las cinco y media. Terri miró a su madre, y se levantó y empezó a poner la mesa en el co­medor. Jack se fue a su cuarto. Burt estaba muy a gusto donde estaba, enfrente de la chimenea, con un vaso en la mano, percibiendo en el aire el olor del pavo. Vera entró en la cocina. Burt se echó atrás en el sofá. De la radio del dor­mitorio de Vera llegaban unos villancicos. De vez en cuan­do Terri iba al comedor con algo para la mesa. Burt vio cómo ponía servilletas de hilo en las copas de vino. Luego puso también un estilizado jarrón con una única rosa roja. Entonces Vera y Terri se pusieron a hablar en voz baja en la cocina. Burt acabó su copa. Un pequeño tronco de cera y serrín ardía sobre la rejilla de la chimenea con llamas rojas, azules y verdes. Se levantó del sofá y metió ocho troncos —todos los que había en la caja— en la chimenea. Se quedó mirándolos hasta que ardieron. Luego, camino de la puerta del patio, vio las tartas alineadas en el aparador, y se las puso sobre los brazos; eran cinco, de calabaza, carne pica­da..., Vera debía de pensar que iba a alimentar a un equipo de fútbol. Salió de la casa con ellas, pero en el camino de entrada, en la oscuridad, se le cayó una al suelo mientras buscaba la llave del coche.
Ahora orilló la tarta desparramada por el suelo y se en­caminó hacia la puerta del patio. La puerta principal estaba siempre cerrada, desde la noche en que él había roto su llave dentro de la cerradura. Era un día nublado, de aire húmedo y constante. Vera estaba diciendo que él había tratado de quemar la casa la noche anterior. Es lo que les había contado a los chicos, y lo que Terri le había repetido a su padre cuan­do a la mañana siguiente él llamó para disculparse.
—Mamá nos ha dicho que anoche intentaste quemar la casa —le había dicho Terri, riendo.
Y él quería dejar las cosas bien claras. Y también quería hablar de todo en general.
Había una guirnalda de pinas colgada en la puerta del patio. Dio unos golpecitos en el cristal. Vera miró hacia él desde el interior, y frunció el ceño. Estaba en albornoz. En­treabrió la puerta.
—Vera, quiero disculparme por lo de anoche —dijo Burt—. Siento haber hecho lo que hice. Fue estúpido. Quiero dis­culparme ante los chicos, también.
—No están en casa —dijo ella—. Terri ha salido con su novio, ese hijo de perra de la moto, y Jack está jugando al fútbol.
Siguió allí en el umbral, y él siguió en el patio, junto al filodendro. Él se quitó una pelusa que tenía en la manga de la chaqueta.
—No puedo soportar más escenas como la de anoche —dijo Vera—. Estoy harta, Burt. Trataste literalmente de quemarnos la casa.
—No es cierto.
—Sí lo es. Todos fuimos testigos de ello. Tendrías que ha­ber visto la chimenea. Por poco le prendes fuego a la pared.
—¿Puedo entrar un momento y lo hablamos? —dijo Burt—. ¿Vera?
Vera lo miró. Se ciñó el cuello del albornoz y se retiró unos pasos hacia el interior.
—Pasa —dijo—. Pero tengo que irme dentro de una hora. Y, por favor, trata de contenerte. No hagas nada esta vez, Burt. No vuelvas a tratar de quemarme la casa, por el amor de Dios.
—Vera, por Dios...
—Es verdad.
Burt no respondió. Miró a su alrededor. La luces del árbol de Navidad parpadeaban intermitentemente. Había un montón de papeles de seda y cajas vacías en un extremo del sofá. La carcasa de un pavo ocupaba toda una bandeja en el centro de la mesa del comedor. Los huesos estaban limpios, y los restos de aire correoso descansaban erguidos sobre un lecho de perejil como sobre un horrible nido. Las servilletas, sucias, se hallaban diseminadas por toda la mesa. Algunos platos aparecían apilados, y las tazas y las copas de vino se habían dejado en uno de los extremos de la mesa, como si alguien hubiera empezado a recogerla y se hubiera echado atrás. Era cierto que la chimenea tenía manchas ne­gras de humo en los ladrillos que ascendían hacia la repisa. Un gran montón de ceniza llenaba la chimenea, en cuyo interior había también una lata de cola Shasta.
—Ven a la cocina —dijo Vera—. Haré un poco de café. Pero tengo que irme enseguida.
—¿A qué hora se fue tu amigo anoche?
—Si vas a empezar con eso será mejor que te vayas.
—Está bien, está bien.
Acercó una silla y se sentó en la mesa de la cocina, en­frente del cenicero grande. Cerró los ojos y los abrió. Mo­vió la cortina hacia un lado y miró el jardín trasero. Una bicicleta sin la rueda delantera descansaba sobre el manillar y el sillín. Las malas hierbas crecían a lo largo de la valla de madera de secuoya.
—¿El Día de Acción de Gracias? —dijo ella. Echó agua del grifo en un cazo—. ¿Te acuerdas del Día de Acción de Gracias? Dije entonces que sería la última fiesta que nos echarías a perder en la vida. Tener que comer huevos con beicon en lugar de pavo a las diez de la noche... La gente no puede vivir así, Burt.
—Lo sé. Ya te he dicho que lo siento, Vera. Y lo he dicho
en serio.
—Decir lo siento ya no es suficiente, Burt. No lo es en absoluto.
El piloto luminoso se había apagado. Vera intentaba encender el gas sobre el que había puesto el cazo con agua.
—No te quemes —dijo Burt—. No vayas a prenderte fuego.
Vera no contestó. Encendió el fuego.
Burt imaginó que a Vera se le prendía el albornoz, y que él saltaba de la mesa y se lanzaba hacia ella y la hacía caer al suelo y rodar varias veces hasta que salía de la cocina y llegaba a la sala, donde él se echaba sobre ella y la cubría con su cuerpo. ¿O quizá debía correr hasta el dormitorio para coger una manta y echársela encima?
—¿Vera?
Vera le miró.
—¿Tienes algo de beber en la casa? ¿Te queda algo del ron de ayer? Me vendría bien una copa esta mañana. Para quitarme el frío.
—Hay algo de vodka en el congelador, y hay ron por alguna parte, si no se lo bebieron todo los chicos.
—¿Cuándo has empezado a meter el vodka en el conge­lador?
—No preguntes.
—De acuerdo, no preguntaré.
Sacó el vodka del congelador, buscó un vaso y acabó sirviéndoselo en una taza que encontró en la encimera.
—¿Vas a bebértelo así, en una taza? Por Dios, Burt. Bue­no, ¿y de qué querías hablar? Ya te he dicho que tengo que ir a un sitio. Tengo clase de flauta a la una. ¿Qué es lo que quieres, Burt?
—¿Sigues con las clases de flauta?
—Acabo de decírtelo. ¿Qué es, Burt? Dime lo que tienes en la cabeza, y me prepararé para irme.
—Sólo quería decirte que sentía mucho lo de anoche, para empezar. Estaba disgustado. Lo siento.
—Siempre estás disgustado por algo. Estabas borracho y querías tomarla con nosotros.
—Eso no es cierto.
—¿Por qué viniste, entonces, sabiendo que teníamos pla­nes? Podías haber venido la noche anterior. Te había dicho lo de la cena de anoche.
—Era Navidad. Quería traer los regalos. Todavía sois mi familia.
Vera no respondió.
—Creo que tienes razón en lo del vodka —dijo él—. Si tienes un poco de zumo me haré un combinado.
Vera abrió el frigorífico y movió cosas en su interior. —No hay más que zumo de manzana y arándanos. —Está bien —dijo él.
Se levantó y se sirvió en la taza zumo de manzana y arándanos, y luego más vodka, y lo revolvió todo con el dedo meñique.
—Tengo que ir al cuarto de baño —dijo ella—. Discúlpa­me un momento.
Burt apuró la taza de vodka con zumo de manzana y
arándanos, y se sintió mejor. Encendió un cigarrillo y tiró la cerilla en el cenicero grande. El fondo del cenicero estaba lleno de colillas y de una gruesa capa de ceniza. Reconoció la marca que fumaba Vera, pero vio también colillas de ci­garrillos sin filtro, y otros de otra marca, colillas color de lavanda con mucha pintura de labios. Se levantó y vació el cenicero en la basura de debajo de la pila. El cenicero era una pesada pieza de gres azul, con bordes levantados, que le habían comprado a un alfarero barbudo en el mercado de Santa Cruz. Era tan grande como un plato, y quizá era eso lo que pretendía ser: un plato o una especie de fuente, pero ellos lo habían utilizado como cenicero desde el primer momento. Lo volvió a poner encima de la mesa, y aplastó en él la colilla.
El agua del cazo empezó a hervir justo en el momento en que se puso a sonar el teléfono. Vera abrió la puerta del cuarto de baño y le gritó a Burt a través de la sala:
—¿Quieres contestar, por favor? Estoy a punto de me­terme en la ducha.
El teléfono de la cocina estaba en una encimera del rincón, detrás de la bandeja del horno. El teléfono seguía sonando. Burt levantó el auricular con cautela.
—¿Está Charlie? —preguntó una voz plana, sin inflexio­nes.
—No —dijo Burt—. Se equivoca. Este es el 323-4464. Se ha equivocado.
—Está bien —dijo la voz.
Pero mientras se ocupaba del café, el teléfono volvió a sonar. Y él volvió a cogerlo. —¿Charlie?
—Se equivoca. Oiga, será mejor que compruebe el nú­mero otra vez. Mire el prefijo.
Esta vez dejó el auricular fuera de la horquilla.
Vera volvió a la cocina en pantalones vaqueros y jersey, y se cepillaba el pelo. Burt echó café instantáneo en las tazas de agua caliente, y añadió un poco de vodka a la suya. Lue­go llevó las tazas a la mesa.
Vera cogió el auricular, se lo llevó al oído, escuchó y dijo:
—¿Qué ha pasado? ¿Quién era?
—Nadie —dijo él—. Se han equivocado de número. ¿Quién fuma cigarrillos de color de lavanda?
—Terri. ¿Quién más podría fumar esas cosas?
—No sabía que fumara —dijo Burt—. No la he visto nun­ca fumando.
—Bien, pues fuma. Supongo que aún no quiere hacerlo delante de ti —dijo ella—. Es de risa, si lo piensas. —Dejó el cepillo—. Pero lo de ese hijo de perra con el que sale..., ése es otro cantar. Es un tipo que causa problemas. Ha estado metiéndose en líos desde que dejó el instituto.
—Cuéntamelo.
—Te lo estoy contando. Es un mierda. Estoy muy preo­cupada, pero no sé qué hacer. Dios, Burt, todo me desbor­da. A veces una se pregunta...
Se sentó en la mesa, enfrente de Burt, y empezó a to­marse el café. Fumaron y utilizaron el cenicero. Había co­sas que él quería decir, palabras de devoción y pesar, pala­bras de consuelo.
—Terri me roba la hierba, también, y se la fuma —dijo Vera—. Si es que quieres saber realmente lo que está pasan­do en esta casa.
—Dios santo... ¿También fuma eso?
Vera asintió con la cabeza.
—No he venido aquí a oír eso.
—¿A qué has venido, entonces? ¿No te llevaste todas las tartas anoche?
Burt recordó haber colocado las tartas en el suelo del coche la noche anterior, antes de irse. Luego había olvidado todo lo referente a esas tartas. Seguían en el coche. Durante un instante pensó que debería decírselo a Vera.
—Vera —dijo—. Es Navidad. Por eso he venido.
—La Navidad ha pasado, gracias a Dios. La Navidad ha venido y ha pasado —dijo—. No tengo ganas de más fiestas. Jamás tendré ganas de más fiestas mientras viva.
—¿Y qué pasa conmigo? —dijo él—. Yo tampoco tengo ganas de más fiestas, puedes creerme. Bueno, ahora sólo nos queda la de Año Nuevo.
—Puedes emborracharte —dijo Vera.
—En ello estoy —dijo él, y sintió que se le removía la
ira.
El teléfono volvió a sonar.
—Es alguien que pregunta por Charlie —dijo él.
—¿Qué?
—Charlie —dijo él.
Vera cogió el teléfono. Le dio la espalda a Burt mien­tras contestaba. Luego se volvió hacia él y dijo:
—Voy a hablar en el dormitorio. ¿Serás tan amable de colgar cuando yo lo coja allí? Me daré cuenta si no lo haces, así que cuelga en cuanto me oigas.
Burt no respondió, pero cogió el teléfono. Vera salió de la cocina. El se llevó el auricular a la oreja y escuchó, pero al principio no pudo oír nada. Luego alguien, un hombre, se aclaró la garganta al otro lado de la línea. Oyó cómo Vera levantaba el auricular en el dormitorio, y le gritaba:
—Está bien, puedes colgar, Burt. Ya lo he cogido. ¿Burt?
Burt puso el auricular en la horquilla, y se quedó mi­rándolo. Luego abrió el cajón de la vajilla de plata y revol­vió las cosas en su interior. Luego buscó en otro cajón. Lue­go buscó en la pila. Y al final pasó al comedor y encontró el cuchillo de trinchar en la fuente. Volvió a la cocina y lo puso debajo del agua caliente hasta que la grasa empezó a disolverse. Secó la hoja en la manga. Fue hasta el teléfono, dobló el cable con la mano y lo cortó —primero el revesti­miento plástico, luego los hilos de cobre— sin la menor di­ficultad. Examinó los extremos. Y finalmente empujó el teléfono hasta su rincón, junto a las latas. Vera entró en la cocina y dijo:
—Se ha cortado la comunicación mientras estaba ha­blando. ¿Le has hecho algo al teléfono, Burt?
Miró el teléfono, y luego lo cogió del rincón de la encimera. De él colgaba un cordón verde de aproximadamen­te un metro.
—Hijo de puta —dijo-. Bien, se acabó. Fuera, fuera, fue­ra... Vuélvete a donde tienes que estar. -Agitaba el teléfono hacia él-. Se acabó, Burt. Voy a pedir una orden de aleja­miento, eso es lo que voy a hacer. Vete de aquí ahora mis­mo, antes de que llame a la policía. —El teléfono hizo ding al dejarlo caer con fuerza sobre la encimera—. Iré a la casa de al lado y llamaré a la policía si no te vas ahora mismo. Eres destructivo, eso es lo que eres.
El había cogido el cenicero y estaba retrocediendo unos pasos de la mesa. Mantenía el cenicero asido por el borde, con los hombros encorvados. Su postura era la de alguien que se dispone a lanzar el objeto circular que tiene en la mano, la de un discóbolo.
—Por favor —dijo ella—. Vete. Burt, ése es nuestro ceni­cero. Por favor. Vete.
Salió por la puerta del patio después de decirle adiós. No estaba seguro, pero creía que había demostrado algo. Con­fiaba en haber dejado claro que aún la amaba, y que sentía celos. Pero no habían hablado. Pronto tendrían que tener una conversación seria. Había cosas que tenían que solucionar, cosas importantes que aún tenían que discutir. Volverían a hablar. Quizás después de que acabaran aquellas fiestas y las cosas volvieran a la normalidad.
Orilló la tarta desparramada por el suelo del camino de entrada y montó en el coche. Arrancó y metió la marcha atrás. Bajó hasta la calle. Metió la primera e inició la marcha hacia delante.

martes, 29 de marzo de 2011

Estoy....

Puedo ver al sol giñarme y esconderse atrás de cada una de las hojas secas que bailan en los árboles. Camino lento, respiro hondo y sonrío. El aire frío me agarra las manos, el sol apoya su brazo en mis hombros y los tres paseamos por esas veredas anchas de Libertador. Mañana de otoño, perfecta, ciudad vacía. El fuego que prendió la punta de un papel prolijamente enrollado, que sostiene ahora una ceniza a punto de caer, se convirtió en éste humo que suelto despacio en un soplido y veo flotar y desaparecer, mientras un señor edificio, francés y orgulloso, se saca el sombrero y me dice Bonjour.

Miguel Sáenz

Estoy...

No encontré ninguna razón para salir de la cama pero me levanté igual. El techo blanco dejó de ser vacío y empezó a llenarse de cosas, de pensamientos que tengo que evitar, manchas grises en la pintura. No me quise mirar al espejo y me arrastré hasta la cocina. El café hoy no tenía gusto, lo dejé después de tres intentos. Me dejé caer en el sillón, agarré mi libro y lo mire como a un extraño, de lejos, sin abrir la tapa. Lo apoyé despacio al lado mío, me levanté y caminé hasta la ventana para ver qué pasa ahí afuera. Solté todo mi aire en un suspiro y cerré las cortinas.  

Miguel Sáenz

viernes, 25 de marzo de 2011

No hay que mirar fijo a la gente

Esa persona, de quien desconozco el nombre, alguien que sólo existió en esa única Clase de Escritura Creativa donde estaba yo sentado, me confesó su próximo destino, y peor aún, su origen. Yo no tenía porque saberlo. Ver a alguien por única vez apenas es evidencia para comprobar y sostener su existencia. Su paso por nuestra memoria es un puñado de arena, una hoja seca que flota en el río y se va, la nube que cruza el cielo y desaparece a mitad de camino. Conocer el origen y destino de éstos elementos es mirar al tiempo a la cara. Prefiero siempre bajar el ala de mi sombrero y seguir caminando en paz.

Había escuchado los mitos de estas personas tan particulares, pero tengo que confesar que aunque no los creía, me generaban curiosidad, y algo de miedo.  Hoy, por alguna razón que maldigo, sé la verdad y daría lo que fuera por volver a mi cómoda ignorancia. No sé porque se acercó a mí. Quizá leyó las preguntas que se me acumularon entre las cejas y quiso hacer conmigo una excepción, romper las reglas, o sabía en el fondo que nadie iba a creer mi historia.

Como todos los pelirrojos llamó mi atención. En éste caso en particular, era una mujer pelirroja.  La cuestión es que cruzó el espacio que nos separaba y habló sin dudar, sin pausas, develando el misterio que los envuelve, el misterio de su origen y su destino. Me dijo que todos ellos provienen de ese territorio donde se forjan los sueños, y que sus visitas a la tierra de los conscientes pueden ser fugaces o durar una vida entera. Sus disfraces pueden ser de madres o padres o hermanos, primos o amigos de fulano de tal, empleados municipales y hasta defensores de grandes equipos de futbol. Quienes los conocen bien afirman que son personas comunes y corrientes, y refutan la solida teoría de que su presencia altera el encadenamiento de los sucesos. Advertidos quedan ahora. Me dijo también que esté muy atento en mis sueños: un mensaje de ellos puede ser muy útil en las pocas horas de vigila que tenemos, ya que los pelirrojos todo lo saben y todo lo ven. Obviamente desapareció sin que me dé cuenta, y mis sueños son poblados por insípida gente rubia, morocha o castaña.  

Miguel Sáenz.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Alfonsa, María Sequeiros

Ella es Alfonsa, tiene 25 años y es estudiante de periodismo y pintora de fantasías e historias maravillosas en sus tiempos libres.
Como todos los viernes a la tarde, desde que cumplió once años y su mamá le regaló sus primeros lápices de colores Faber – Castel, ésta tarde, después de cursar, se va a ir a pintar distintos espacios de la ciudad.
Sus lugares preferidos siempre fueron y serán las viejas y coloridas calles de La Boca, la costanera, las puertas de los colegios, hospitales y clubes de barrio. O sea, cualquier lugar que le permita imaginar la vida y secretos de los espacios o personas que ve.
Como cada viernes por la tarde, junto con sus lápices y pinturas va a llevar el mate y algo para comer mientras tanto.
Posiblemente sus horas pasen entre una historia o la otra, entre recuerdos y colores, hasta que la luz finalmente se vaya y ella, lentamente, empiece su caminata hacia algún bar donde tomar un café, agarrar su celular y ponerse en contacto con Juana y Mechi, sus amigas de toda la vida, con quienes ya quedó que ésta noche se va a juntar para hacer algo.
El plan es cocinar algo en casa de Alfonsa, charlas un poco entre algunas botellas de vino, cine más tarde y después algún trago y más charla.
Como cada Sábado, la mañana las va a encontrar hablando, con varias tazas de café o copas de vino, y algún que otro cigarrillo ya consumido en el cenicero.
Como cada sábado, se van a despedir hasta el próximo viernes y cada una se va a ir a su casa mansamente, pensando en la próxima reunión, próximas charlas y pinturas por qué no, como cada viernes.

María Sequeiros

viernes, 18 de marzo de 2011

¡¡¡¡EL PROGRAMA!!!!

PROGRAMA
Materia: Escritura creativa
Profesor: Daniel Talio.

ESCRITURA CREATIVA

            La producción literaria brinda la posibilidad de materializar los más diversos puntos de vista respecto del mundo, crear realidades insospechadas y ordenar consideraciones relativas al devenir de la historia. Para que un texto sea considerado como literario debemos tener en cuenta algunos tópicos particulares, los cuales serán la base del recorrido de la materia; el trabajo con el personaje, el uso del tiempo, la influencia del ambiente, los tipos de narrador y la producción de conflictos son factores indispensables para la correcta elaboración creativa.
            El curso no sólo se limitará a la producción personal, sino que, además, se trabajará con textos de distintos géneros que serán analizados y desmenuzados para lograr la comprensión del hecho artístico. La materia no propondrá una lectura unívoca del material ficcional sino que considerará la lectura avezada e innovadora; queda en el alumno el trabajo de investigación de los materiales de una obra como así la justificación de sus hipótesis y la solvencia en la manifestación de las mismas.
            Como material teórico recorreremos algunas de las corrientes más difundidas de la teoría literaria, desde el formalismo ruso hasta el postestructuralismo y las relaciones y deudas que tienen entre sí. Este corpus le posibilitará al alumno conocer la manera en que los textos fueron recibidos por el público y por la crítica y de qué manera se los clasificó según la mirada que se posara sobre ellos. Además, cada una de estas corrientes teóricas pone el foco en algunos de los componentes del hecho comunicativo, lo que permite observar el interés y la atención de cada momento histórico y, a partir de allí, de qué manera son leídos los textos.
            El material para ser analizado abarcará el género narrativo, el género lírico y el dramático. No sólo se pasará revista a los tres géneros “mayores” sino que también serán revisados los subgéneros como el policial, la ciencia ficción, el fantástico, el maravilloso, etc. La poesía será abordada tanto desde su plano formal como desde el plano simbólico. El drama nos permitirá acercarnos a un producto que está a mitad de camino de convertirse en una obra finalizada.  
            Ya que la calificación de la obra personal no es mensurable en términos de calificación numérica, la aprobación del seminario estará regida por el cumplimiento de los trabajos encomendados a lo largo del cuatrimestre y por los parciales en los que se evaluarán el análisis de los textos que se leerán a partir de la bibliografía que será propuesta por la cátedra.

UNIDAD 1
Exploración de las habilidades de escritura de los participantes. Introducción a las teorías literarias. La literatura como artificio. Diferencia entre narrador y autor. Tipo de narradores; el narrador como figura literaria. La relación entre el autor, la obra y el lector. La historia imposible: la historia de la lectura.

UNIDAD 2
El trabajo con los personajes. La solidez y la levedad. Los nombres propios. El personaje y los objetos. Lo siniestro. El personaje y su enfrentamiento con el medio. El romanticismo y la mirada desde arriba.    

UNIDAD 3
El tiempo del relato. El cronotopo. Linealidad y fractura del texto moderno. La aparición de la literatura menor y el final de la búsqueda de la novela total. La escisión de la cronología y las nuevas técnicas de alternancia de escenas. Apuro, lentitud y el arrebato del final.

UNIDAD 4
El espacio. El contexto de la historia. La determinación del medio ambiente. Las teorías frenológicas y la literatura deductiva. La descripción en movimiento. Las ciudades modernas y la aparición de la masa en la literatura. La caída de los salones aristocráticos y la aparición de las los conventillos y los sótanos en el centro de la escena.  

UNIDAD 5
Los tipos de conflictos. El argumento. La cadencia del relato. Diálogo y narración. La ornamentación y la austeridad. La estructura del texto narrativo y su compartimentación en el relato tradicional. El paso hacia el héroe individual. El conflicto tradicional y las nuevas tecnologías.


BIBLIOGRAFÍA:
Borges, Jorge Luis, Selección de la cátedra.
Benedetti, Mario, El cumpleaños de juan ángel, SXXI, 1982, Bs. As.
Cortázar, Julio. Selección de la cátedra.
Donoso, José, El jardín de al lado, Seix Barral, 1981, Barcelona.
----------------Historia personal del “boom”, Alfaguara, 1998, Chile.
García Lorca, Federico, Poeta en Nueva York, Losada, 1995, Bs. As.
Hoffmann, E.T.A., Cuentos, Corregidor, 1988, Bs. As.
Maggiori Germán, Entre hombres, Alfaguara, 2001, Bs. As.
Poe, Edgar Allan, Obras completas, Claridad, 1997, Bs. As.
Saer, Juan José, La pesquisa, Seix Barral, 2004, Bs. As.
Sófocles, Edipo Rey, Gredos, 2000, Madrid.
Gaite, Carmen Martín, El cuento de nunca acabar, Anagrama, 2001, Barcelona.



BIBLIOGRAFÍA GENERAL:
AAVV., Realismo ¿mito, doctrina o tendencia histórica?, Lunaria, 2002, Bs.As.
Amar Sánchez, Ana María, Juegos de seducción y traición, Beatriz Viterbo, 2000, Rosario.
Auerbach, Eric, Mímesis, FCE, México,
Bauman, Zygmunt, Modernidad líquida, FCE, 2006, Buenos Aires.
—————Vida de consumo, FCE, 2007, Buenos Aires.
Berman, Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire, Siglo XXI, 1991, Madrid.
Barthes, Roland, “El efecto de realidad” en El susurro del lenguaje, Paidós, 2002, Barcelona.
——————“Estructura del suceso” en Ensayos críticos, Seix Barral, 2003, Buenos Aires.
Benjamin, Walter, Iluminaciones II. Poesía y capitalismo. Taurus, 2001, España.
Camus, Albert, El mito de Sísifo, Alianza, 2001, Madrid.
Castillo, Abelardo, El oficio de mentir, Emecé, 1988, Bs. As.
Croce, Marcela (Comp.), Polémicas intelectuales en América Latina, Simurg, 2006, Bs. As.
Donoso, José, Historia personal del “boom”, Alfaguara, 1988, Chile.
Link, Daniel (Comp.), El juego de los cautos. La literatura policial: de Poe al caso Giubileo, La marca, 1992, Buenos Aires. 
Panesi, Jorge, Críticas, Norma, 2004, Bs. As.
Piglia, Ricardo, Crítica y ficción, Fausto, 1993, Buenos Aires.
Prieto, Martín, Breve historia de la literatura argentina, Taurus, 2006, Buenos Aires.
Rosa, Nicolás, La lengua del ausente, Biblos, 1997, Buenos Aires.
Sarlo, Beatriz, El imperio de los sentimientos, Norma, 2000, Buenos Aires.
——————Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Nueva Visión, 1999, Buenos Aires.
——————Instantáneas, Ariel, 1997, Buenos Aires.
——————Escenas de la vida posmoderna, Ariel, 1994, Buenos Aires.
Sartre, Jean Paul, ¿Qué es la literatura?, Losada, 1991, Bs. As.
Shklovski, Victor, “El arte como artificio” en Teoría de la literatura de los formalistas rusos, Siglo XXI, 1997, México.
Simmel, Georg, El individuo y la libertad, Península, 2001, Barcelona.
Steiner, George, En el castillo de Barba Azul, Gedisa, 2001, Barcelona.
Stevenson, Robert Louis, Ensayos, Losada, 2005, Buenos Aires.
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