sábado, 2 de julio de 2011

Aufwiedersehen

(Una traducción fidedigna diría algo así como: hasta que nos volvamos a ver)


Chau chabona, chau chabón. Esto se termina. La vida acaba y empieza la muerte. Tampoco tanto. Son ciclos. Todo es ciclo. Todo comienza para finalizar. Es la forma en que nos enseñaron a entender las cosas.

¿Y ahora qué hacemos?
¿A dónde vamos?
¿Cómo ocupamos este tiempo?
No lo sé, no lo sé… ¿vos sabés?

-No lo sé tampoco.-
-Qué cagada.-
-¿Por?-
-Porque sí, porque está bueno saber “las cosas”.-
- Mejor sería transformarlas, supongo.-
- La vida no es una canción de Drexler.-
- Pues… debería…-

Chau chabón, chau chabona. Si llegamos hasta acá, por algo será. Significa que algo hay.

-Tendríamos que destruir al tiempo para que nada se termine.-
-No es mala idea.-
-Porque… si no existe el pasado… -
-Seríamos atemporales y…-
-Y ganaríamos.-

Todo es presente.

Hola chabona, hola chabón. Esto empieza de nuevo.

-Y no paramos.-
-No paramos.-

…amos, amos, amos. Rebotamos en el eco del tiempo y nos volvemos infinitos, recorriendo todos los rincones del mundo. Sin parar. ¡Jamás! Esto recién comienza, y no es la muerte. Esto se mueve, y el movimiento es vida.


-¿Y si borramos la palabra “despedida”, junto a todos sus derivados?-
-¿Decís… hacer desaparecer los “chaus”, los “hasta luegos”, los “adioses”?-
-Sí.-
-No es mala idea, tampoco. Habría que hacerlo en todos los idiomas…-
-A lo mejor sea medio complicado.-
-Pero no imposible. Si llegamos a destruir el tiempo… borrar algunas palabras es una boludez.-
-Puede ser… aunque….-
-¿Qué pasa?-
-Tal vez las despedidas son necesarias. Si no están, ¿qué sería de los reencuentros?-
-Tenés razón, quedarían huérfanos.-
-No da.-
-No da.-

Los saltos al vacío
El adiós del paracaidista al cielo
El retorno a la tierra (¿prometida?)
Y el anhelo de volver a volar.

-¿Es una poesía?-
- Ni idea, es solamente la imagen que se me vino a la cabeza. Creo que siempre estamos en constantes huidas, simplemente por las ganas de querer volver.-

Adiós chabón, adiós chabona. Te doy un abrazo y será hasta la próxima.

Será.

Ditter.

Anteúltima.


El primer día entré buscando alguna cara conocida. Intentando generar el vínculo de la complicidad que solamente dan las miradas., y que se continúan inevitablemente en un par de sonrisas. No la había. Ninguna persona con la que hubiese compartido algún recuerdo. Un grupo de gente puramente nuevo. 

¿Qué hago acá?, pensé. 

Así que me senté, calladito, en uno de los asientos, y esperé a que pasara algo. Estudiando los detalles de los movimientos, nunca inocentes. Al poco tiempo me di cuenta de que muchos se conocían entre ellos. A un tipo tímido como yo eso lo incomoda un poco. Mas notando la soltura y la confianza que se utilizaba como condición sine qua non en el fluido comunicativo. 

¿Qué hago acá? 

El primer ejercicio, al igual que el ultimo (circularidades) consistió en describir a un/a compañero/a. Consigna que se me presentó complicada, ya que fue como escribir sobre una playa, nunca antes habiendo estado en una, y de repente, estando en todas. Cada uno era una playa, un mundo. Tiempo contra reloj. 

¿Qué hago acá?
¿Qué hago ahora?

Jugarse a la segura. Describo al profe y ya.

Pasaron los viernes y un curso que era de índole plenamente voluntario se me convirtió casi en obligatorio. Aparecieron nombres, lugares comunes, anécdotas. Pocas veces me sentí tan cómodo en un grupo humano tan rápidamente, tan simple. Un pez más en el cardumen, que se mueve con su propia gracia. 

¿A dónde estaremos yendo?

Siento que somos una pequeña unidad que elije juntarse un par de horas a compartir unos mates, una charla, un silencio. Ritual. 

¿Qué hago ahora?

Quizás es volvérsela a jugar a la segura. No focalizarse en alguien en especial. Quizás este sea el último texto.  Tal vez no quiera dejar a nadie afuera o, simplemente, no inflar egos. Todos hacen al ambiente y todos son describibles, pero el problema (como siempre) es que no me alcanza el tiempo. 

¿Qué haremos de aquí en más?

Cada particularidad, cada gesto... nada debería quedar en el anonimato.

Aún queda pendiente seguir conociéndose.

Dieguito.

Ascensor fontanarroseado.




-¿Nos traes una cerveza?-.
-¿Quilmes?-, pregunta la morocha hinchada ya las pelotas de la noche y los borrachos que la habitan y hacen de la luna una religión.
–Heineken-, sentencia mi compañero de tragos, sentado a mi lado en la barra. Mi lazarillo de aventuras. Instantáneamente, olvidando a la camarera, cambia de forma abrupta el tema.
-¿Qué te pasó el jueves que no atendías el celular?-.
–El jueves… ¡el jueves!, fue terrible.-. Comienzo a recordar las imágenes que rellenaron ese fatídico día.
– La cuestión es que tenía una reunión con el abogado y la otra parte, la demandada. Una mediación, mejor dicho. Había salido con tiempo y todo, pero el bondi no venia más. Era en pleno Microcentro…-
– Y como siempre llegabas tarde, ¿no?, como te conozco…-.
– Acá está la cerveza.-, nos interrumpe la joven resignada lanzando la botella sobre la suave madera donde apoyamos los codos.
– Gracias…-.
– Son 20 pesos.-, ruge sin piedad. 
- ¡Tomá!-, responde mi interlocutor dándole el dinero y luego la espalda, cerrando ritualmente la transacción. Me hace un gesto para que siga.
–Sí, bah, más o menos. Físicamente estaba en tiempo. Lo que pasa es que la distancia que me separaba del objetivo ocupaba, en teoría, más minutos de los que tenía, según mis más alentadores cálculos-.
– En cristiano: ibas echando putas porque no llegabas ni en pedo.-, me dice cagandose de la risa.
– Ni Borges lo hubiese expresado mejor. Prosigo. Llego al edificio y fortuitamente el portero me abre la puerta regalándome valiosos segundos de carrera. Al margen, el tipo tenía terrible cara de depravado-.
-¿Cómo ese?-, pregunta y señala a un hombre de unos 60 años sentado solo en una mesa ubicada en un rincón oscuro, y que no paraba de mirar a unas chicas sentadas a unos metros vestidas de pollera, recién saliditas de la secundaria.
–Parecido, sí, pero pelado pelado, más gordo y con mirada de culpa … de culpa de lo que está por hacer en la brevedad.-.
-Jodido-, responde,- conozco a un par de tipos así, dan miedo.-
-Igual ni frené. Le dije gracias y me zambullí en el ascensor, que, de pedo, estaba en planta baja.-.
-Seguí-.
-Acá está el vuelto-, dice la camarera tirándole la plata a mi amigo. Varias monedas caen al suelo. Ella se va automáticamente. Él ni se da vuelta. Le hago un gesto de “¿no vas a levantarlas?”.
– La propina-, dice, -seguí con la historia-.
–Era un ascensor espejado. Vos sabés que odio soberanamente los ascensores, más los herméticos. Era una habitación del pánico móvil. Además, tenía que llegar hasta el piso 20 y se me hacia eterno.-.
-¡Que paja!-.
-Sí. De todas formas, si todo salía bien, llegaba justo a tiempo.-.
– ¡Sin Julian Weich por favor! Jajajaj. Por tu tono, algo me hace pensar que no todo salió de la mejor forma posible.-, me dice con complicidad.
–Exacto. No sé en qué piso, pero apenas al ratito de haberme subido se mete una mina.-
-¿Estaba buena?-.
-La verdad que sí. Era onda… secretaria ejecutiva. Vestida con minifalda y medias negras.-.
– ¡A lo Sabina! ¡Para matarla!-.
- Sí, más o menos. Pero tenía una terrible cara de culo y eso a mí me deserotiza.-.
-Ah… como esta, ¿no?-, y señala a la camarera.
–Al margen, ¿no? No entiendo por qué la tratás así.-.
-Porque ella me trata peor.-.
-Loco, es tu ex. Si te jode verla nos juntamos en otro bar y listo.-.
- Me gusta este.-.
-Entonces tratala bien, que está laburando.  Además se tiene que comer este maltrato… ¡y encima vos la seguís amando como loco!-.
- Fin de la conversación sobre causas perdidas; vuelta a la anécdota del ascensor.-.
–Bueno, cuestión que la mina se sube y el espacio era realmente muy reducido.-.
- ¡Mejor!, ¡roce ineludible!-.
- ¡No!, incómodo, todo muy incómodo. Si miraba para abajo iba a pensar que le pispeaba las piernas. Así que trababa de ver para cualquier lado pero por los putos espejos siempre terminaba cruzándome con sus ojos. No sé quien mierda es el que diseña esos ascensores, pero debe ser consciente del poder que tiene, y lo ejerce con total impunidad.-.
-¿Y qué onda?¿te respondía con la mirada? No entiendo a qué va la anécdota… hace diez minutos y media birra que estás hablando y no pasó absolutamente nada. Espero, por el bien de la narración, que en tus próximas palabras ocurra algo trascendental y revelador. Algo como: sexo en elevador-, y cierra la frase haciendo un movimiento con las manos; titulando lo último.
–No, no va por ahí la cosa.-.
-La puta madre.-, dice y su cara se pone más resignada que la de la camarera.
–La mina me ve. Yo le sonrío, qué sé yo, para ser amable, cordial. Y ella me devuelve una mirada de “andate a la mierda” terrible. Creo que nunca sufrí un rechazo semejante. Y tan veloz…-.
- ¡Tan precoz! Jajaja.-.
-Sí, jaja. A todo esto el ascensor se frena. Chequeo el reloj: estaba al límite. Y entra un gordo jodido. Era la clase de persona por las que en Estados Unidos agrandaron las butacas de los cines.-.
–Como el capítulo de Homero, que trabaja desde la casa…-.
-¡Exacto! Creeme cuando te digo que ya no quedaba ni espacio para que entre más aire, y este tipo entra impunemente y nos ensardina.-.
-Con paciencia y con saliva…-.
-Estábamos los tres, rozándonos, transpirándonos. El gordo como si nada. Por suerte se baja al par de pisos. Seguimos camino ascendente. Te juro que estaba por llegar al 20 cuando, de la nada, la mina se desmaya.-.
-Nah…,¡cualquiera!-.
– ¡Te lo juro! Resbala y termina desparramada en el piso. Me desesperé. Vi el reloj y era ése momento o nunca. Pero no daba llegar a la reunión con una mujer semi muerta a los pies.-.
-No, obvio, no genera una buena impresión eso. ¿Qué hiciste?-.
- Frené el ascensor y me mandé a la planta baja. A llamar una ambulancia o algo. No tenía señal de celular ahí adentro. Ahora te lo cuento calmado, pero en ese momento tenía un cagazo padre.-.
- Me imagino. ¡Qué situación de mierda!-.
- Posta que sí. Igual eso no es nada…-.
- ¡Ah!, ¡sigue la cosa?-.
- Sí. Llego hasta PB en busca de ayuda. Me cruzo con el portero y le pido que llame a la ambulancia; que hay una chica desmayada en el ascensor. El tipo me mira raro y saca su celular. En ese preciso momento sale la mina, gateando y gritando: “¡Me drogó! ¡Llamen a la policía! ¡Ese tipo me drogó!-.
-¡Nooo! ¡Muy violento! ¿No la habrás…?-.
-¿¿Qué??-.
- ¡Chiste, chiste!-, me dice riendo, -seguí-.
-Me puse pálido, creo que me bajó la presión. Entendeme, todo era muy bizarro. La reunión a esa altura me chupaba un huevo. Sentía el celular vibrando en el bolsillo. Y el hijo de puta del portero ni dudó un segundo y llamó al 911. Llegué a escuchar como pedía un patrullero y todo.-.
-¿No lo intentaste frenar?-.
-Es que me quedé petrificado. Viendo a la mina ahí en el piso. La situación me mareaba. Y, esto es verdad: nunca en la vida vi llegar tan rápido a un patrullero. Ni en las películas. A los 30 segundos estaba en la puerta del edificio. Bajaron dos oficiales: uno grandote y el otro bien bajito. Entraron como panchos en su casa y me encararon.-.
-¿Y qué hiciste?-.
-Me cagué en las patas e, instintivamente, salí corriendo. Me subí al ascensor y toqué el 20. Pensé: si entro en la mediación quizás la zafo.-.
- ¡Pero eras inocente! ¿Por qué te fuiste?-.
- No lo sé. Son esas cosas que pasan frente a una situación violenta. Uno no piensa, hace. Creo que todos tenemos cola de paja… por algo.-.
-El miedo está en tu mente.-.
- Sí, pero la vida no es una canción de Sancamaleon.-.
-Seguí. Entonces... ¿llegaste a la mediación?-.
-¡No!, me agarraron en el camino. El chiquito corría super rápido y paró el ascensor en el 4rto. Me agarró y me llevó para la patrulla. Les decía que no tenía nada que ver… y ellos me preguntaban por qué había salido corriendo.-.
- Y.. tienen razón, eso genera sospechas.-.
-Sí, lo sé. La cosa es que, ya arriba del auto, veo la ventana del depto. de PB, que debía ser el del portero. Y los veo entrar al tipo ese y a la mina. Justo antes de que arranquemos el portero baja las persianas. Y mientras lo hace me ve… y no solo eso: me sonríe y me guiña.-.
- Creepy… ¿y en la comisaría? ¿Cómo te trataron?-.
- Nada, averiguación de antecedentes… 3 horas.-.
-Garrón, pero buen, la sacaste barata.-.
-Sí, que sé yo…-.
- ¿Y la mina?-.
- Ni idea.-
Silencio.
-¿Por qué no vas a hablar con tu ex? Te estuvo mirando todo este tiempo, ahí en la esquina. Sola y triste.-.
- ¿Te parece?-.
- Sí, dale, andá.-

Se va y habla con ella. Me cuelgo viendo la tele: Violaron a una chica hace unos días en el Microcentro. El violador está prófugo. Qué jodido que está todo.  


el Diego de la gente.

Ascensor (con delay).


Martin entra al ridículo y pequeño ascensor espejado. Mientras cierra la puerta, chequea su reloj y lanza una mueca de preocupación seria. Una mujer detiene el recorrido en el segundo piso y se suma al desplazamiento vertical. Si el espacio era reducido segundos antes con solo una persona, con dos solo queda espacio para el aire vital que se agota de forma peligrosa a cada piso. Con su dedo delicado presiona el numero 20. Es inevitable que los dos no se vean, ya que aunque esquiven sus miradas, éstas terminan rebotando en los espejos y chocándose al fin entre sí. Martin suda (tal vez porque el verano es violento, o por la incómoda proximidad, o porque la chica le parecerá linda). Intenta romper el hielo diciendo: “que calor, ¿eh?”, pero se quema con el fuego de la mirada en son de respuesta de la mujer, que con sus cejas dibuja un ultimátum al mejor estilo de: “conmigo chamullos no”. El ascensor se detiene en el decimo piso. Entra un tipo gordo que no para de sudar. Su olor contamina el escaso aire, volviéndolo inútil para respirar. Tiene un semblante paranoico. Los mira de arriba abajo. Los 3 cuerpos se rozan. La mujer evidencia un mareo. El gordo se baja en el 12. Acto seguido ella comienza a resbalar por la pared espejada y cae, desmayada, en el piso, con los ojos cerrados.  “¿Qué mierda?”, dice Martin en voz alta. “¡Hey!, ¡Hey!” La mujer no responde. Vuelve a ver el reloj. “¡La puta madre!” Frena el ascensor en el 16, abre la puerta un instante para que se renueve el aire, cierra y toca el botón de PB. Llega a la planta baja, abre y sale corriendo. Cuando se encuentra con el portero, le dice casi gritando: “Hay una mujer… se desmayo en el ascensor… llamá a la ambulancia…” En ese instante la mujer sale gateando del cubículo hermético. Parece un felino, con su minifalda, el pelo meneándole a sus costados y las uñas friccionando contra el piso y haciéndolo chillar. “¡Me drogó! ¡Ese tipo me drogó!”, grita histérica mientras intenta pararse. El portero mira fijo a Martín, saca el celular y llama. “¿Policía? Llamo de la calle Vidt. Tengo a un violador…”. “¡Para!”, grita Martín. Suda. Mira a la mujer. “¡Ahhh!, ¡no me mires con esa cara de loco!”, le escupe ya parada, pero apoyada contra la pared. “¡Flaca! ¡Te desmayaste y baje para pedirte una ambulancia!”, le contesta Martin al borde del desquicio. “Tranquilícense que ahora viene la policía y lo arreglamos”. “¿Cómo voy a estar tranquila si ni sé lo que me hizo?, lo único que me acuerdo es que me desperté en el piso, ¡recién!”. Frente a la puerta del edificio estaciona un patrullero. Martín lo ve, corre hacia el ascensor, entra y desaparece. Los números de los pisos se van coloreando con luz, evidenciando el rastro. La mujer tiembla. El portero abre la puerta y habla con los dos oficiales. Éstos se apresuran: uno llama al ascensor y otro sube por las escaleras. El portero invita a la mujer a pasar a su casa para calmarse. Ella se deja llevar, quizás a causa de la conmoción traumática de la experiencia reciente, y se acomoda en el sofá. Sigue temblando. Segundos después ve por la ventana como los policías se llevan al muchacho, que intenta resistirse, y lo meten finalmente dentro de la patrulla. El portero le trae un vaso con Coca Cola.”Tiene azúcar, para la baja presión”. La mujer le regala una sonrisa, toma la gaseosa de un solo trago y mira el reloj. “Mil gracias señor. Se me hizo re tarde. Dios mio… éste hombre… me tengo que ir…”. Cuando se para comienza a balancearse involuntariamente de un lado al otro, víctima de un equilibrio caprichoso, hasta que cae al suelo. El portero lleva el vaso hasta la cocina, lo lava un buen rato, va hasta la puerta principal y la cierra con llave. Por último, baja las persianas.

Diego (10)

Polaroid de locura ordinaria

En el año 48 se crearon las Polaroid. Fue, sin dudas, el punto más alto. La más lograda plasmación de algo (una idea en un objeto). La instantánea. La única conciencia posible; el misterio irreductible. El afán exclusivo y desesperado por captar el momento y toda su potencia. Aunque siempre permanezca una sola pregunta (siempre la misma):

¿Para qué?

Y no haya nunca respuestas. Todos los planes son cenizas. Mañana o pasado.

(la tensión del ambiente entorpece a las palabras) 

Las Polaroid, entonces. Con el único propósito de ponerle un marco al infinito lienzo de polvo. Con el error imperdonable de pretender adueñárselo, y destriparlo. Explosiones en el aire -¡oh, casualidad!-.
Aunque sea - La Polaroid - (aún así) la cosa más lograda. Que reduce al máximo la posible intervención-transformación-reflexión interpretación sobre lo dado. Capta la explosión en la explosión y pasa -como objeto, como una nueva cosa- a la explosión.

(mucho más valioso que tu pedacito de calor colorido en el monitor; 
por lo vívido, digo yo)

Miraba, hace unos días, en otra tarde de ideas esquivas y pantalla total. Me encontré con una imagen, la cara de Talio en 20 años: más arrugado, pelado, la mirada cansada. Algo absolutamente lógico, previsible. Una proyección, hecha por Internet, gratis, en dos minutos ¿Quién nos ofrece estas opciones? Resistir es inevitable, pero imposible. De no ser por la mera autocondescendencia, sería -resistir- incluso un sinsentido. Por eso, hoy, no hay saludos ni pañuelos exhibiendo el moquerío al viento. Aunque retuerza, todos los planes son cenizas.-
No me acuerdo de nada. 

 

jueves, 23 de junio de 2011

Sicalipsis

Sicalipsis.
Las relaciones se diluyen cuando importan las espaldas y no hay lomo para bancar. Su sexo solo era un acto de dinamismo, una negociación con el paso del tiempo.
Se había doblado por mirar alto o no saber escapar. Una continuación perecedera. Dictatorial. La casa estaba llena de esmalte, cenizas y sahumerios que ayudaban al miedo.
El perfume del envoltorio se había terminado. Lo no correspondido es complice. Meramente decorativo.
Sus besos, torpes, bruscos, siempre a destiempo, aceptados por tradición. Nunca pretendía sentir lo que no sentía.
Impulso adivino o torpeza hormonal. Tinta reciclada y su libertad se empeñaba a mirar piernas solo porque no las podía tener.
El moño ajustaba demasiado y los ruleros ya eran una provocación a la vista. Un amuleto para justificar su frialdad. Pellejo furioso decidió dejarla (para no bajarla).
Boca arriba para rearmarse, se viste de gala; ropa de etiqueta, jaquets a media gala, smokings medievales y hasta levitones a medida.  Había cambiado de filo, el mango ahora era propio. Ya no había que prometer lealtad eterna y ojos de curvas despobladas.
El bálsamo de la expectativa le sentaba bien, lociones del mundo se reconciliaban con su piel. El cuero ahora tenía con qué.
Resucito el viejo peine, dominado por el pelaje abundante de lo que había aceptado. Esa costumbre de creer que el tiempo tolera.
Pulcro, sugestivo, aseado. Casi correcto.  Afeitado al ras por primera vez. Listo para conquistar, adueñarse de fantasías ajenas.
Sus hormonas encendieron el ambiente sublime, ahuyentó para siempre la explicitud. Vaina inerte, y el morbo que arrebató todo. Sus palmas habían devorado a la discreción. Solo él y sus pupilas concentradas. Los Dioses de pie, aplaudiendo y participando.
No siempre el artista tiene que renunciar a su obra para que sea patrimonio de todos. Impune
El caballo blanco sobre lo que nunca ha existido. La liana de la chance.
Pudo rearmarse, abúlico pero ganador durmió.
 El amor empieza por uno.


Facundo Pedrini

Trancefijo

La historia devora. Es una bestia o un coral maligno.
Algunos los comparan con un ruido insoportable que siempre está.
 Clava, entierra y permite.
Se debe transcurrir, porque tiene razón. 
La reputación del bastardo y el destino del bendito.
Cocina para el bien y el mal en una mesa sin cabeceras.
Cansada de descubrir las verdades del mundo, se abre ilícita.
Plumas, monturas, campanas, violines, veleros, espadas, cruces, cuerdas
no pudieron develar la suerte del espíritu absoluto.
Cortar el último nudo. Rescatar el más infame presente.
La eternidad siempre le sobra. Se cuenta incompleta. Germina a gramos.
Descuartiza, come, mendiga, mata, enciende, tiene, culpa, bendice, besa y ama.
Nos falta sin privarse. Mala muerte, mitología haragana, olvido.
Endiosa y condena. Verdugo y madre.
Una sinfonía de esclavos desfilan en su cara
mientras que se derriten las piernas más largas.
Azar o extravagancia. Invade sin apuntar.
Crónica, aventura, ficción, lios, leyendas y anales.
Sin embargo hay cuerpos que quieren escapar, sin temor de hacerse añicos.
Necesitan ser válvula. Disiparse en un gesto caliente, nunca distante.
Sentarse sobre la pasión y brindar con las duraciones del ronroneo celestial.
No habrá retorno de lo inconmensurable, ni reversos piadosos. Sin chance ni pleno.
Solo uno y su pelaje.





 Facu Pedrini